Foto: Daily Mail
Jugar en equipos de la talla de Juventus, Inter, Barcelona, Milán o PSG y no ganar, al menos, una Liga de Campeones tiene que ser frustrante. Si además tu DNI te indica que tienes 33 años —34 cumplirá en octubre—, la frustración se incrementa hasta una escala casi insalvable.
Esto es lo que le ocurre al mejor jugador sueco de la historia: Zlatan Ibrahimovic. El 10 del Paris Saint-Germain vio como sus opciones de levantar la ‘Orejona’ se esfumaban cuando el colegiado Björn Kuipers le sacó la roja por una entrada a Oscar. La tarjeta, más que rigurosa, suponía el (casi) fin para Ibrahimovic. Su intento de ganar la Champions volvía a desvanecerse tras 31’ donde apenas tocó tres balones en la media hora que jugó. De rodillas, sin mirar al colegiado, esperó su veredicto como si de una condena se tratase. Se marchó del campo sin decir ni mu. No sabía si reír o llorar —o liarla, quién sabe.
Laurent Blanc le dio una palmadita antes de que el sueco se marchase a los vestuarios, Zlatan no movió ni una mueca. Sabía que había llegado tarde a la pelota pero aun así se mantenía firme en sus convicciones: no fue para roja. El que una vez fuera su ‘padre futbolístico’, José Mourinho, sabía que tenía la eliminatoria en su mano: con uno más, en casa y con la eliminatoria a favor. Tan bonito para ser verdad.
“Cuando me sacaron la roja lo peor fueron los jugadores del Chelsea; sentí que tenía a 11 bebes alrededor.”
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La enésima oportunidad para Zlatan
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